miércoles, 5 de agosto de 2009

Más baldío por acá ...! (1D)

Pero no solo de futbol se hacen los baldíos. Como dije antes, eran varias las actividades que podíamos desarrollar allí, en un espacio donde pocas cosas no eran permitidas. Incluso las prohibidas.
Justo detrás de la medianera de mi casa, que colindaba con el baldío, había una higuera de importantes dimensiones. Descuidada, casi salvaje, tenía una frondosidad vegetativa envidiable. Además su producción de higos y brevas era una de nuestras riquezas.
Debajo de esa higuera, teníamos un escondite dentro de otro. Y ese lugar fue, por ejemplo, el rincón donde probamos el primer cigarrillo varios de nosotros. Así en ronda, una pitada cada uno, tosiendo y riendo.
También en el baldío jugábamos a “Combate” o personificábamos algunas de las series televisivas del momento. Así mismo, se constituía durante las épocas navideñas en lugar de lanzamiento de la peor pirotecnia a la que podíamos acceder con poca plata y pocos años. Pero juro que vi volar tarros cilíndricos de leche en polvo a alturas impresionantes y los vi volver con sus costuras y fondo desfigurados por la potencia de la explosión.
Justamente haciendo “guerritas” de distinto tipo, fue que sucedió uno de los hechos más jodidos, producto de nuestras travesuras.
Mi papá había hecho una “poda violenta” a un olivo que había dentro de mi casa y como era lógico, las ramas fueron a parar al baldío. Así se juntaron una buena cantidad de ramas, frondosas de hojas de dos tipos de verdes y brillantes gracias a su carga resinosa.
El material se presentaba ideal para el armado de un “fuerte” y la cuestión bélica pasó a enfrentar a indios contra vaqueros.
Comenzó la construcción y ayudados por algunos palos que habían sido en alguna oportunidad arcos de futbol, hicimos un intento de estructura simple y fuimos forrando las paredes con las ramas de olivo. Puedo asegurar que quedó una construcción excelente.
Así comenzaron los juegos, el reparto de bandos, la procura de las “armas”, muchas de las cuales tuvimos que fabricar para la ocasión. No esperábamos contar con todos los elementos para jugar. Muchos debíamos fabricarlos, inventarlos o adaptarlos. Era parte del juego y de la diversión.
Los “indios” hicieron sus arcos y sus flechas bastante eficientes y la cosa empezó a ponerse linda, aunque siempre encerrara un grado de riesgo que no era el ideal para niños.
La cosa marchó bien hasta que a uno de los “indios” le pintó la cuestión más violenta y se le ocurrió prender fuego una de las flechas. Confieso que era emocionante la cosa y que el realismo iba ganando al juego y lo convertía en apasionante.

Como es de suponer nadie advirtió sobre lo inflamable que son las hojas de olivo.
En eso, las ramas de las paredes del fuerte, cuyas dimensiones eran generosas, comenzaron a arder. Y antes que pudiéramos arriesgar alguna acción de contención, las llamas se propagaron más de lo que esperábamos y nos empezó a invadir el miedo.
Nadie estaba en peligro y el “fuerte” estaba alejado de otras construcciones, pero las llamas comenzaron a elevarse y nuestra reacción no se hizo esperar: SALÍMOS TODOS CORRIENDO A CASA !
Hay que ver como terminó la cosa …

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