viernes, 26 de junio de 2009

Yo lo esperé a "El Tío" (1D).

Este domingo volvemos a votar y a pesar de todos los inconvenientes que nos presenta la democracia, es un buen ejercicio esto de elegir nuestros dirigentes. Ya aprenderemos.
Pero el recuerdo me traslada a las elecciones de 1973, las que fueran ganadas por Héctor “El Tío” Cámpora como preludio del regreso de Perón a la Argentina, después del exilio al que confinara a “El General” la Revolución Libertadora de 1955.
Cámpora visitó Mendoza en gira de campaña antes de esas elecciones. Y como cuando llegaba alguna figura reconocida a esta Provincia, repetíamos el ritual cholulo.



Las personalidades llegaban en avión a Mendoza, al aeropuerto El Plumerillo. El camino más directo y fácil en ese entonces para llegar al centro de la Ciudad era recorrer de norte a sur la Avenida General San Martín. Y en la intersección de esta Avenida con el Zanjón de Los Ciruelos, nosotros desplegábamos lo mejor de nuestra peor “tilinguería”.
Desde un par de horas antes a la llegada del famoso, comenzaba a reunirse gente en las veredas. Señoras, chicas, y muchos niños nos concentrábamos para compartir el ritual de “ver pasar” a la figura en cuestión. Y puedo asegurar que el tiempo que duraba esta espera era mucho.
Sandro, Palito Ortega y Don Héctor Cámpora fueron algunas de las personalidades que vi pasar raudamente por la esquina cercana a casa y donde, con mis amigos, compartimos la espera y la ansiedad.
Si bien esta gente no representaba mucho para mí o para mis amigos, el tema era participar de este evento barrial/social donde se congregaba un sinnúmero de personajes de los alrededores.
Por supuesto, en general no se veía nada. Por un lado la cantidad de gente y por otro la rapidez con que los autos que transportaban a los personajes pasaban delante nuestro, hacían casi imposible poder ver algo. Y seguro a todos les pasaba más o menos esto, pero siempre aparecían los que daban detalles de vestimenta, peinados o actitudes de los ídolos, vistos es esas centésimas de segundo.
Y el culto era compartido. Recuerdo que siempre había alguien con una radio a transistores pegada a la oreja que iba manteniendo actualizadas las coordenadas por donde circulaban las figuras en su camino hacia nosotros.
- Ya aterrizó el avión.
- El auto está saliendo del aeropuerto.
- Ya está sobre calle San Martín.
Recuerdo que para la llegada de Cámpora, yo conseguí un lugar de privilegio en la copa de una de las moreras que había frente al terreno baldío que se encontraba a sobre la vereda oeste de calle San Martín, a escasos 30 metros al sur de la intersección con Mosconi. La copa dejaba justo una buena zona libre hacia la calle, lo cual permitiría una excelente visibilidad a la hora de la pasada.
El tema es que el arribo de “El Tío” se demoró más de dos horas. Y yo estoicamente estuve sentado en la rama como un pajarraco todo el tiempo necesario para poder verlo pasar.
Y pasó. Tan raudamente que no quedan registros en mi memoria de la imagen del caudillo peronista saludando a la masa que vitoreaba su nombre a la vera del camino.
Eran épocas de retorno a la democracia. Y eso era bueno.

martes, 23 de junio de 2009

Sacala de la troya ! (1D)

Cuando se trataba de buscar medios para divertirse, nunca faltaron opciones. No puedo decir que me faltaron juegos y juguetes para divertirme y compartir con mis amigos de turno. Pero por suerte esa situación no eclipsó la eterna creatividad infantil para crear medios.
Hubo una época (creo que entre mis 9 y 10 años) en los que jugábamos en la calle al tejo. Este juego simple de destreza nos requería solo un espacio semiplano donde pudiéramos dibujar un círculo (la troya), un tarro chico (tipo leche x 800 g), unas piedras planas y de forma lo más circular posible que sirvieran de tejo y algún elemento de cambio que sirviera para establecer quién era el que ganaba.


No sé bien de quien fue la iniciativa, pero el elemento de cambio generalizado para este y otros juegos similares, en nuestro grupo fueron las etiquetas de cigarrillo.
Estamos hablando del papel impreso del paquete de cigarrillos común, el cual era abierto con sumo cuidado hasta dejarlo abierto como una pequeña hoja. Esta cuidadosa operación muchas veces se hacía con agua para evitar que la etiqueta se rompiera al despegar sus pliegues y luego se sometían al secado correspondiente. Así se obtenía una “marquilla” en condiciones de ser incorporada al juego.
La forma de tener más etiquetas se reducía entonces a dos opciones: ganarlas jugando al tejo; o consiguiéndolas entre los fumadores. Y como éstos eran acotados en el barrio, entonces salíamos a hacer excursiones de búsqueda por los alrededores.
Programábamos las salidas y nos íbamos en grupos de 4 o 5 chicos a recorrer las calles del barrio, sus veredas, sus acequias, sus jardines, sus paradas de colectivo; buscando incesantemente los paquetes de cigarrillos que habían sido desechados.
Esto hacía que anduviéramos cuadras y cuadras caminando, pasando tardes enteras en expediciones de búsqueda.
Así íbamos encontrando etiquetas de marcas como Jockey Club, L&M, Kent, Imparciales, Particulares, Fontanares, 43/70, Le Mans. Y nos poníamos como locos cuando encontrábamos alguna de Virginia Slim, Benson & Hedges, Camel, Lucky Strike o Dunhill. Por supuesto que nunca faltaba el que conseguía “las difíciles” o tenía amigos o parientes que traían de afuera algunos cigarrillos como Gitanes, Marlboro o Parisiennes.
Así, después de mucho caminar y de proceder cuidadosamente para dejar cada etiqueta derechita y como nueva, teníamos material para jugar y divertirnos horas enteras.
El juego entonces consistía en marcar una “troya” en el suelo (círculo de unos 40/50 cm de diámetro), colocar en el medio el tarro con las etiquetas encima, marcar una línea de lanzamiento a unos 5/7 metros y estaba todo listo para jugar. La cantidad de etiquetas variaba, pero en general poníamos unas 5 cada uno de los jugadores.
El objetivo era lanzar el tejo sin sobrepasar la línea, pegarle al tarro y hacer volar la mayor cantidad de etiquetas posibles fuera de la troya. Esas etiquetas quedaban en poder del afortunado tirador.
Así de simple y fácil. Así de barato en su concepción. Así compartíamos mucho tiempo entre amigos. Así fuimos unos pibes felices.