sábado, 18 de julio de 2009

Al final, viajé (2D)

Como comentaba antes, la desesperación por el diagnóstico no me dejó escuchar que también pidió el médico que se me hiciera una radiografía. No eran comunes ni las tomografías, ni las ecografías ni mucho menos las resonancias magnéticas. Creo que esa tecnología no estaba al alcance del común de la gente como ahora.
Fue una noche perra la que pasé, descartando que el viaje había terminado para mí.
Al otro día, el dolor no había cedido mucho y no podía enderezar la pierna. Mi mamá me llevó al centro de radiología y rengueando fui para que me hicieran la placa.
Una vez que pudimos llevar todo el material a un médico traumatólogo, el diagnóstico cambió bastante y la cosa pasó a ser una distención de ligamentos cruzados externos. No era una lesión menor, pero la recuperación sería más rápida y descartó de plano la cirugía.
Otros aires empezaron a correr y la esperanza comenzaba a renacer.
La cosa es que en cuanto pude comenzar a caminar bastante normalmente, empecé a hacer rehabilitación. Recuerdo que el Instituto donde me hacían las sesiones era por calle Rivadavia, frente a la Plaza Independencia.
Tenía que hacer 15 sesiones de fisioterapia y masajes y fui a cada una de ellas sin faltar y sin llegar tarde un minuto. Nada importaba más que la recuperación de la lesión, ya que ese era el pasaporte al viaje.
No quiero dejar pasar en este recuerdo, la actitud de mi entrenador y de mi viejo, ya que cada uno desde su lugar, hicieron un esfuerzo para que yo viajara.
En los días que yo trataba de mejorar mi condición física, se realizó en el Club la primera de las reuniones de padres para organizar el viaje. La logística de este tipo de cosas no es una tarea sencilla. En esa reunión, me contó después mi papá, mi entrenador había expuesto mi situación ante todo el grupo y dejó en claro que él consideraba que a pesar de que mi lesión me impidiera jugar, yo era una parte importante del grupo por lo que debía viajar. Todos los padres estuvieron de acuerdo.
Esa actitud de mi entorno me llenó de emoción y me sentí con una satisfacción enorme de saber cómo me consideraban.
Por otro lado, mis viejos sabían que el tema requeriría un esfuerzo económico importante, pero desde un primer momento decidieron que yo viajaría con el grupo. Ese esfuerzo siempre lo reconocí y valoré.
Mientras tanto, yo seguía mis sesiones. Pero ya en la cuarta o quinta, sentía que mi rodilla volvía a la normalidad y con un alto grado de irresponsabilidad, comencé a asistir a los entrenamientos del equipo. El entrenador no estaba muy de acuerdo y me advirtió que si sufría una recaída, sería imposible que jugara en San Jorge.
Las ganas de jugar eran tantas, que decidí asumir el riesgo y empezar a trabajar.
La rodilla fue respondiendo bien de a poco, ya que hasta que terminé todo el tratamiento fisioterapéutico, hice un entrenamiento diferenciado, con un aumento gradual de la carga de trabajo y comenzando a hacer básquet solo en la etapa final de la preparación.
Mis compañeros me alentaron todo el tiempo, me cuidaron y siempre consideraron que mi lugar en el equipo sería respetado.
Todos en mayor o menor medida hicieron posible que el día que teníamos que partir yo estaba recuperado casi totalmente y ya jugando nuevamente.
Es una lástima que uno deba llegar a esos momentos tristes para poder apreciar cuanto hay en su entorno y como éste lo contiene.
Yo pude disfrutarlo y siempre lo agradecí.

martes, 14 de julio de 2009

A solo un menisco del viaje (2D)

Hoy mi mujer está en Paraná participando de un evento deportivo. Y un viaje de esas características es una experiencia inolvidable, sobre todo para aquellos que no tuvimos una vida deportiva muy larga ni exitosa. Además, en la década
del ´70 esa no era una práctica muy común.
Jugando al básquet para el club General San Martín fui ganando amigos, algunas virtudes para los deportes de equipo y un entorno sano para mi crecimiento.
Corría 1977 y estaba jugando en la categoría Cadetes Menores (categoría que ya no existe) cuando después de un partido que no recuerdo con exactitud cual fue, nuestro entrenador (EC), nos dio la noticia: había llegado una invitación de un Club de Santa Fe para hacer un intercambio deportivo.
La algarabía fue general, no lo podíamos creer y todos empezamos a saltar de alegría. Nunca pensamos que existía esa posibilidad y el solo hecho de imaginarlo, ya nos ponía como locos.
Así comenzaron las definiciones, las noticias más precisas: se trataba del Club Atlético San Jorge, que estaba en una ciudad chiquita del centro-este de la Provincia de Santa Fe y que tenían una infraestructura grande y muy ordenada. También nos enteramos que estaban haciendo un muy buen campeonato ese año y que de ir, lo haríamos tres categorías: Minibasquet, Cadetes Menores y Cadetas (mujeres).
En cada entrenamiento, en cada partido y en cada reunión extradeportiva, el tema excluyente era el viaje.
En ese contexto alegre, un nubarrón intentó aguarme la fiesta. Estábamos jugando un sábado en la tarde en la cancha del Club contra Godoy Cruz, cuando salí corriendo en contragolpe después de una buena defensa por parte de mi equipo. Apenas hice los primeros pasos, sentí una puntada rara en la rodilla derecha.
Si bien no le hice mucho caso y seguí jugando, el dolor comenzaba a ser más y más fuerte. Así llegamos a los últimos minutos del partido y cómo íbamos ganando, el DT decidió sacarme y mandarme a descansar.
Ahí empezó lo peor. Al empezar a enfriarse la pierna, el dolor se fue acrecentando y la rodilla a inmovilizárseme.
Es fácil entender que a medida que la rodilla se endurecía, mi desesperación iba en aumento proporcionalmente. No podía creer que eso me estuviera pasando a mí, justo antes del viaje a San Jorge.
Pude llegar a casa y me tuve que meter en cama porque la rodilla me dolía en cualquier posición que la pusiera. Y en la cama la situación no era mucho mejor.
La preocupación de mis viejos se tradujo en la llamada urgente al servicio médico que nos correspondía por nuestra Obra Social, para que mandara un médico a diagnosticar lo que pasaba en mi rodilla.
Pasaron un par de horas hasta que llegara el médico y el dolor y la tristeza me iban invadiendo y desesperando.
El doctor que llegó para revisarme era un tipo grandote, morochón, con pelo rizado entrecano, con cara de muy pocos amigos. Le contamos que era lo que había pasado durante el partido y como me sentía en ese momento.
La revisión fue leve y el diagnóstico definitivo: rotura de meniscos. El tratamiento lógico: OPERACIÓN. Yo rompí inmediatamente en llanto y no escuché que también solicitó una radiografía.
Ya nada importaba, me tenía que despedir del viaje a San Jorge … (continúa).