Y el clima de Mendoza es otro de los indicadores claros de nuestra condición desértica. Escasos niveles de lluvias, que están alrededor de los 200 mm. anuales, no alcanzan para tener un nivel aceptable de vida vegetal productiva.
Pero por otra parte esos escasos milímetros suelen descolgarse todos juntos y de una vez (exagerando un poco) sobre nuestras cabezas. Y eso produce serios problemas pues nada puede estar previsto para soportar tanto caudal de agua en tan poco tiempo.
La casa de mis padres, donde nací y me crié hasta la paternidad, tenía problemas de niveles con relación a las calles y a las otras casas. Un patético pseudoprofesionalismo municipal había determinado que nuestra casa quedara en un nivel más bajo que el resto. Esto, considerando el movimiento natural del agua, generaba que fuéramos el “resumidero” del barrio.
Así, los días de tormenta tenían un valor especial en mi casa. A las medidas lógicas de precaución que todo el mundo toma, nosotros les agregábamos el montaje de todo un operativo para evitar que la casa se nos llenara de agua. A pesar de eso, algunas veces fuimos “derrotados con todo éxito”.
No importaba la hora o el día, de día o de noche, hábil o feriado, las primeras nubes amenazantes y los truenos, ponían en marcha el dispositivo de alerta casero que estaba siempre a cargo de mi papá.
Comenzaba por colocar unas precarias compuertas sobre la entrada principal de la casa y otra delante del portón. Éstas habían sido fabricadas por mi viejo, de madera y con un ingenioso burlete hecho de “gomaespuma” (poliestireno) envuelto e impermeabilizado con nylon de bolsa común.
Se dejaba libre la última puerta, ya que esta daba a un pasillo externo que conducía directamente al patio trasero. Éste estaba provisto de una salida de escape de líquidos que daba al baldío municipal que colindaba con casa y que era una bendición, ya que de otra manera no podríamos haber escurrido el agua de la lluvia.
Entonces, al comenzar la lluvia, ya estábamos todos en estado de alerta para ver como se iba desarrollando el ascenso de los niveles de agua que se acumulaban delante de nuestra casa, ya que la calle cortada donde vivíamos no tenía acequias ni medios de desagüe pluvial.
Cuando el agua que comenzaba a correr por el pasillo hacia el patio no alcanzaba para mantener los niveles debajo de las compuertas, entonces mi papá primero y nosotros (mi hermano y yo) después salíamos bajo la lluvia cubiertos por pilotos o capas de lluvia que estuvieran a mano y empezábamos con escobas a “remar” apurando el ingreso del agua a la casa colocados junto a la puerta del pasillo.
Sí, nosotros “metíamos” el agua a la casa en vez de sacarla, como sería lógico.
Esta operación seguía hasta que la tormenta paraba y los niveles dejaban de constituir un riesgo para la casa.
Esta “operación” fue uno de los “trabajos de equipo” familiar más significativos que recuerdo.