viernes, 25 de febrero de 2011

A las figu ...

Me podían las figuritas. No quiero usar ningún artilugio lingüístico para que se entienda. ME PODÍAN LAS FIGURITAS !!!

Millones de ellas pasaron por mis manos, cientos me desvelaron, algunas me pusieron alegre al extremo, con otras me enojé hasta la furia.

Las figuritas conformaban un interminable mundo mágico que podía caber en el bolsillo. Era la manera de compartir la ilusión, la sorpresa, el asombro, el conocimiento y la destreza. Era una forma ideal de comunicación entre niños de similares edades.

Y como mis padres, al igual que todos los padres, conocían de memoria los engaños comerciales que escondían, estaban en contra de su colección. Posiblemente eso lo hacía más interesante.

El tema es que cuando empezaba alguna colección, mi corazón comenzaba a latir más rápido de la ansiedad y ya quería saber de qué se trataba.

Muchas colecciones orientadas a los chicos estaban ligadas al fútbol, mientras que las chicas juntaban algunas con brillitos, alegres colores y delicados personajes.

En nuestro caso, si bien muchas veces hacían alusión a personajes de historietas o héroes de series televisivas, tenían alto impacto las relacionadas al futbol.

En esas épocas en las que los jugadores de futbol se establecían por más tiempo en algún equipo, era tentador tener sus caras estampadas sobre distintos soportes. Algunas veces eran de cartón o cartulina, otras de chapa, otras veces autoadhesivas, en la mayoría redondas o rectangulares.

Fueran como fueran, constituían para mí un objeto de deseo.

Muchas veces accedía a ellas por el camino tradicional: la compra en el kiosco. En otros casos cambiándolas con amigos y muchas veces en el duro proceso de JUGAR A LAS FIGU.

Tengo varias anécdotas que compartiré más adelante sobre la compra y canje de figuritas. Pero sin dudas jugar a las figuritas constituía toda una actividad social en sí mismo.

Por un lado había que tener un stock mínimo que permitiera hacer frente a los vaivenes de la surte y la destreza. Empezar a jugar con pocas y perder rápido sin la posibilidad de revancha, era suicida. No solo te quedabas rápido mirando desde afuera, sino que además eras blanco de las chanzas de todo el grupo.

Con la cantidad suficiente había que tener acceso a más chicos en las mismas condiciones. Sin adversarios no había juego.

Esto no era demasiado complejo y en cualquier ámbito conseguías contrincantes. En la escuela, en el barrio, en la parroquia, en la plaza … siempre había alguno que portaba sus figuritas para entrelazarse en alguna contienda.

Después de eso había que elegir en qué modalidad de destreza se pretendía competir, dando obviamente, cada uno la preferencia a las que permitían demostrar las mejores habilidades.

No eran pocas las posibilidades y según donde se jugara había más o menos opciones. Siempre había que contar con un espacio cercano a una pared que tuvieran un par de metros libres de obstáculos, un piso liso y duro (mejor embaldosado) y espacio para poder alejarse de la pared no menos de 2 a 3 metros.

Pero como hay más para comentar, lo vamos a dejar para la semana que viene …

viernes, 18 de febrero de 2011

Adentro, carrera marrr ...

25 de febrero de 1983. Muchas veces las fechas exactas son el primer dato que se pierde en un recuerdo. Generalmente lo que hacemos es relacionarlo con algún otro hecho como para poder situarlo en el tiempo.

Pero, contrariamente a eso, hay otras fechas que quedan selladas a fuego. Ese es el caso del 25 de febrero de 1983.

Ese día se produjo mi incorporación en el Servicio Militar Obligatorio. Demás está decir que no lo recuerdo con cariño.

Si bien ya había recorrido el calvario de Sorteo (hay un comentario sobre esto en otra Entrada)-Revisación Médica-Citación Oficial, uno siempre espera que estos momentos no lleguen. Y como es de suponer, llegan.

Sabía que ese día empezaba una etapa nueva de mi vida que quedaría para siempre en mi recuerdo. Y creo que me quedé corto en la apreciación.

A las 07:00 de la mañana de ese veraniego día de 1983, me presenté en la Base del 8vo. Comando del Ejército que funciona en calle Bologne sur Mer. Me fui liviano de equipaje porque sabía que el viaje era largo. Apenas con unas viejas zapatillas Pony que tenían kilómetros y kilómetros de básquet bajo sus suelas, un jean (vaquero ?) descolorido y de botamangas de incipiente desflecado, y una remera amarilla de algodón, fui en busca de esa mala jugada del destino con la ilusión de que cuanto más pronto comenzara, más pronto terminaría.

Todos los sectores de playón estaban llenos de muchachos esperando el destino que les tocaba en suerte. Yo vi pasar cientos antes que a las 11:30 / 12:00 sonara mi nombre en clave militar y me señalaran la movilidad que me llevaría al REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE MONTAÑA 11, GENERAL LAS HERAS, en Tupungato.

Poco sabía de la localización de Tupungato, mucho menos del Regimiento que sería mi hogar por los próximo, durísimos y “pesadillescos” días.

Un viejo micro de la Empresa Bartolomé Mitre nos cargó y enfiló para el Acceso Sur. Una vez que hizo la curva del cóndor, presté atención a un cartel que nunca había visto. Era el cartel verde indicador de la ruta que decía: “TUPUNGATO (por Zapata) 70 km.”. Supe así cuán lejos iba a estar de casa.

No tengo noción del tiempo que demoró el micro ya que se mezclaban las ganas de que el incómodo viaje terminara y el no querer llegar a un destino desdichado.

Pusimos pie en tierra en al RIM 11 y en segundos comenzamos a vivir “bajo régimen” y a escuchar gritos de voces marciales que reventaban insultos, amenazas e irónicas maldiciones en nuestros oídos. De a poco empezaba el proceso de degradación y despersonalización que busca la sumisión y la obediencia a costa de las peores patrañas.

Aquel 25 de febrero del hermoso verano mendocino de 1983, comenzaba a teñirse de gris y a marcar el comienzo de una de las peores etapas de mi vida y la que guarda, a pesar de algunos buenos recuerdos y queridos amigos, miles de tristes evocaciones.

Fiera la COLIMBA, eh …

viernes, 11 de febrero de 2011

Tocando en el garaje.

ESENCIAS ESPIRITUALES. Ese era el nombre del grupo de Rock del cual formé parte.

No era un nombre muy comercial, no era fácil de recordar y tenía bastante poco que ver con la propuesta musical que queríamos transmitir.

Pero gustó y quedó.

Cuando a uno le gusta la música y tiene la posibilidad de manejar (no digo dominar) un instrumento, el paso obligado es ser parte de una historia de estás. Y las “bandas de garaje” son producto de este necesario paso por la historia de la música.

La idea nació y fue creciendo, casi entre bromas, en un grupo de amigos que compartíamos el gusto por el Rock y que fuimos cultivando juntos una base de conocimientos común en largas reuniones de discos, revistas, Coca Cola y risas.

Pertenecíamos todos a un grupo de amigos que compartíamo

s los veranos en el Club General San Martín (Pacífico). Originalmente el grupo estaba compuesto por los compañeros del equipo de básquet, pero durante el veranos este grupo triplicaba su número al sumársele las chicas (también muchas de ellas basquetbolistas) y otros chicos que no compartían el básquet como actividad deportiva.

El caso es que después de pasar tardes de pileta, gaseosa, básquet, quincho, mediatarde, básquet, guitarra, chistes, risas, básquet, zambullidas, salpicadas y más básquet, terminábamos formando una pequeña comunidad.

Pero los días lunes el Club se mantenía cerrado para hacer los trabajos de mantenimiento de la pileta, así que ese día lo aprovechábamos para organizar reuniones fuera del Club.

En general nos juntábamos en la casa de alguno de los chicos/as y allí compartíamos largas horas de charlas y música.

Así comenzamos a escuchar juntos algunos discos que recuerdo daban vueltas en esas tardes de tocadiscos y vinilos. y NOTICIAS DEL MUNDO (donde estaba el tema NOSOTROS TE CONMOVEREMOS) de Queen, LA GRASA… de Serú Girán, discos de ALAN PARSON PROJECT, KISS, algo de PORCHETTO y uno que RT había traído de Inglaterra de un tal TED NUGENT.


Leíamos PELO y la última época de EXPRESO IMAGINARIO y comíamos galletitas Lincoln y Manón.

Entre todas esas cosas compartidas comenzaron a hacerse chistes de formar una banda de rock. Insisto en que todo empezó entre bromas y risas. Así los hermanos FO y GO, que tenían conocimientos musicales heredados de su abuela (profesora de música) convocaron al Flaco DR para que sumara su guitarra. Y fue ahí que les dí la idea de enriquecer el sonido de la banda con una segunda guitarra, idea que prendió.

El problema fue conseguir batería. No un baterista porque ese lugar estaba ocupado por RT, pero el tema es que no conseguíamos munirlo del instrumento.

Como eso no avanzaba se nos ocurrió ir a una academia donde enseñaran batería a buscar un candidato. Ahí nos cruzamos con FP, Pepón, que se sumo rápidamente con su batería a nuestra idea musical.

Rápidamente el grupo que tenía a FO en la voz, GO en el bajo, DR en la primera guitarra, a mí en la segunda y a FP en la batería, empezó a sonar en largas zapadas que tenían el objetivo de ir generando el sonido que la identificara.

Vaya este recuerdo en agradecimiento a cada uno de los que hizo posible que compartiera con ellos esta hermosa experiencia.

viernes, 4 de febrero de 2011

Sabores y apurones

La transmisión cultural tiene millones de formas distintas. Mi papá nació en Italia en 1924 y recaló por estas tierras a principios de 1952. O sea, poseía tradiciones, costumbres y saberes muy relacionados a la península itálica.

Además de ser italiano, había desarrollado la mayor parte de su vida laboral inicial en la cocina. Esto hacía que tuviera conocimientos y tradiciones muy relacionadas a las comidas, los sabores y los ingredientes propios de la cocina mediterránea.

Así muchas de las anécdotas e historias que nos contaba cuando chicos y que constituían la herramienta más importante con la que contaba para transmitirnos su “cultura”, siempre remitían a los productos, ingredientes y comidas que formaron parte de su vida italiana.

Por eso en alguna oportunidad, y no sé resultado de qué casualidad, comenzó a decirnos:

- Tendrían que comer tal cosa.

- Qué bueno si pudieran probar tal otra.

- Si consigo, les voy a preparar esto o aquello.

Sus intenciones eran las de compartir con nosotros sus percepciones, aunque para él representaran mucho más que una comida, fueran el lazo con sus recuerdos y sus vivencias.

Y una vez que este deseo apareció, fue consecuente con él y comenzó a aprovechar las salidas “a cobrar” para hacer incursiones gastronómicas por distintos mercados y negocios, buscando aquellas cosas que quería que probáramos.

Así durante algunos años, recuerdo que cada mes aparecía con pequeñas bolsitas con productos que nos sorprenderían y nos ofrecerían momentos de placer.

En este momento se me vienen a la memoria el aceite de oliva extra virgen (su precio y nuestra condición económica no permitía que fuera un producto de consumo permanente), las almendras, las avellanas, las castañas, etc.

Para mí que por entonces rondaba los 7 u 8 años, eran verdaderos descubrimientos que además siempre estaban asimilados a historias y anécdotas de una lejana tierra que para mí pertenecía a otra galaxia.

Pero una de estas veces, llegó a casa con una bolsita de nylon que formaba un pequeño y largo tubo lleno de una fruta chiquita, oval, de intenso color anaranjado. Eran quinotos, fruta de poca propagación en las verdulerías del barrio y que tenía cierta fama de exótica.

Recuerdo que no fueron demasiado interesantes para mi mamá y mi hermano, y que papá solo probaba las cosas que traía para que nosotros pudiéramos aprovechar las escasas cantidades y disfrutar de estas “rarezas”.

Pero a mí sí me gustaron y dado que los demás no le hicieron mucha fiesta, entonces despacio, de a uno, durante la tarde y la tarde noche, fui vaciando la bolsa y disfrutando de esa frutita que era solo un bocado, con un toque ácido que me encantaba y la dulzura que me llenaba la boca.

Pero no medí las consecuencias.

Al otro día pasé una mañana en la escuela bastante normal, sin demasiadas señales de lo que estaba produciendo los quinotos en mi interior. Recién en la última hora, ya cerca del mediodía comencé a sentir algunas incomodidades, ruidos y sensaciones raras en mi estómago.

Lo que fue terrible, fue el regreso a casa. Tenía que caminar unas 7 cuadras para llegar, pero en la situación “de apuro” en la que me encontraba, parecieron 7 kilómetros. Los retorcijones empezaron a ser insoportables, cada vez más seguidos. Caminaba rápido para llegar a casa, pero cada tanto tenía que pararme y esperar que la catarata que sentía en mi interior se calmara.

Recuerdo que en la última cuadra tuve que pararme dos veces y en la última no pude aguantar las ganas de llorar y me empezaron a correr las lágrimas. Nunca había sentido tanta necesidad de ir al baño estando tan lejos de él.

Llegué y en un solo movimiento, entre a casa, tiré la maleta, me saqué el guardapolvo y entré al baño sin siquiera saludar a nadie.

Pasaron otros apurones, pero ese fue inolvidable.

viernes, 28 de enero de 2011

Voy remando ...

Nuestra provincia es un ejemplo de lo que el trabajo del hombre puede generar en las condiciones más adversas. Porque el desierto no fue un impedimento para que con esfuerzo y tesón se pudiera crear un vergel en el medio de la nada.

Y el clima de Mendoza es otro de los indicadores claros de nuestra condición desértica. Escasos niveles de lluvias, que están alrededor de los 200 mm. anuales, no alcanzan para tener un nivel aceptable de vida vegetal productiva.

Pero por otra parte esos escasos milímetros suelen descolgarse todos juntos y de una vez (exagerando un poco) sobre nuestras cabezas. Y eso produce serios problemas pues nada puede estar previsto para soportar tanto caudal de agua en tan poco tiempo.

La casa de mis padres, donde nací y me crié hasta la paternidad, tenía problemas de niveles con relación a las calles y a las otras casas. Un patético pseudoprofesionalismo municipal había determinado que nuestra casa quedara en un nivel más bajo que el resto. Esto, considerando el movimiento natural del agua, generaba que fuéramos el “resumidero” del barrio.

Así, los días de tormenta tenían un valor especial en mi casa. A las medidas lógicas de precaución que todo el mundo toma, nosotros les agregábamos el montaje de todo un operativo para evitar que la casa se nos llenara de agua. A pesar de eso, algunas veces fuimos “derrotados con todo éxito”.

No importaba la hora o el día, de día o de noche, hábil o feriado, las primeras nubes amenazantes y los truenos, ponían en marcha el dispositivo de alerta casero que estaba siempre a cargo de mi papá.

Comenzaba por colocar unas precarias compuertas sobre la entrada principal de la casa y otra delante del portón. Éstas habían sido fabricadas por mi viejo, de madera y con un ingenioso burlete hecho de “gomaespuma” (poliestireno) envuelto e impermeabilizado con nylon de bolsa común.

Se dejaba libre la última puerta, ya que esta daba a un pasillo externo que conducía directamente al patio trasero. Éste estaba provisto de una salida de escape de líquidos que daba al baldío municipal que colindaba con casa y que era una bendición, ya que de otra manera no podríamos haber escurrido el agua de la lluvia.

Entonces, al comenzar la lluvia, ya estábamos todos en estado de alerta para ver como se iba desarrollando el ascenso de los niveles de agua que se acumulaban delante de nuestra casa, ya que la calle cortada donde vivíamos no tenía acequias ni medios de desagüe pluvial.

Cuando el agua que comenzaba a correr por el pasillo hacia el patio no alcanzaba para mantener los niveles debajo de las compuertas, entonces mi papá primero y nosotros (mi hermano y yo) después salíamos bajo la lluvia cubiertos por pilotos o capas de lluvia que estuvieran a mano y empezábamos con escobas a “remar” apurando el ingreso del agua a la casa colocados junto a la puerta del pasillo.

Sí, nosotros “metíamos” el agua a la casa en vez de sacarla, como sería lógico.

Esta operación seguía hasta que la tormenta paraba y los niveles dejaban de constituir un riesgo para la casa.

Esta “operación” fue uno de los “trabajos de equipo” familiar más significativos que recuerdo.

miércoles, 26 de enero de 2011

Lo más lejos posible de BOCA.

La pertenecía a una escuadra futbolística, es un hecho casi natural para un niño (especialmente varón) argentino. El furor que despierta el futbol en la gente, hace que cada hecho importante en la vida, esté ligada de una u otra forma al “recio deporte del balompié”. Entre esos hechos el nacimiento de un hijo.

Pero en mi casa, el antecedente directo de mi papá, hizo que siempre el futbol se viviera sin el apasionamiento del hincha. Esto, por supuesto, hasta que pudimos socializar y entender cómo funcionaba este tema entre nuestros amigos y compañeros.

Fue así que comenzó la búsqueda de “identidad futbolística”. Y así fue que me vi sometido a la presión y acoso de ese “bosterito” prepotente de mi hermano.

Él, por la diferencia de 7 años que nos llevamos, ya había empezado a vivir el futbol pasional y dominguero como un hecho importante más en su vida de relación social. E inexplicablemente había abrazado los colores “xeneises”, lo cual significa bastante en el contexto nacional.

Corría el año 1969 o 1970, cuando mi hermano asumió la tarea “evangelizadora” de inculcarme la pasión boquense y tratar sumar adeptos a las filas el “club de la Rivera”.

Por esos años Boca pasaba uno de sus mejores momentos futbolísticos y algún logro importante (creo que el Campeonato Nacional 1969) hizo que junto a la revista “El Gráfico” apareciera un poster del equipo completo que, como era de esperar, terminó en la pared del dormitorio que compartíamos.

Realmente era un equipo espectacular donde brillaban Marzolini, “Muñeco” Madurga, Suñé, Ángel Rojas (“Rojitas”) y los dos negrazos Meléndez y Medina. Un equipo con jugadores que quedaron en el recuerdo de miles de hinchas por décadas.

Mi hermano comenzó entonces el trabajo de adoctrinamiento y, desprovisto de toda noción psicopedagógica, me torturaba haciéndome repetir el equipo completo que estaba en el poster cada noche antes de irme a dormir. Y contra mi voluntad y rebeldía, casi entre sollozos resignados, tenía que repetir:

- Madurga, Melendez, Marzolini, Sanchez y Suñé …

Cada noche durante un buen tiempo, tenía que someterme al tormento de recordar como un verso escolar, la formación que orgullosa, altiva y triunfal, mostraba el poster de la pared de nuestro cuarto.

De más está decir que lo único que logró fue el rechazo inmediato y profundo a todo lo que tuviera que ver con la “azul y oro”.

Así, con esa sensación amarga comencé a buscar mi lugar en el “mundo futbol”.

Si bien algunas corrientes extrañas y traicioneras me llevaron a acercar mis simpatías hacia la “Academia” Racing Club, tuve la suerte histórica de encontrar en “los primos de Avellaneda” el lugar que ocuparía para siempre.

Me crucé con un Independiente de Avellaneda donde brillaban, entre otros: "Pepé" Santoro en el arco, Francisco "Pancho'" Sá, el "Chivo" Pavoni, Balbuena, José Omar Pastoriza "el Pato", y donde aparecería al poco andar la gloria que tuvo este equipo: “el Bocha” Ricardo Bochini.

Y ahí me quedé, gozando y sufriendo al lado del Rojo, bien lejos del Boca tortuoso en el que me quiso incrustar mi querido hermano.

Retomando el camino.

Durante el fin de semana pasado estuve unos días en San Salvador de Entre Ríos. Si bien el objetivo del viaje será parte de alguna entrada posterior, tuve la suerte de compartir un rato con una persona especial.
El Sr. Jorge Luis Andino, papá de una amiga, me regaló con orgullo y cariño un raconto de sus experiencias de vida. Esto me inspiró a retomar las actividades de este blog.
Por eso vamos a compartir nuevamente algunos recuerdos, algunas historias y algunas anécdotas.
Un agradecimiento grande a Don Jorge, que con su "EL DESTINO QUISO..." movilizó mi corazón.

martes, 11 de agosto de 2009

Benvenido ! ... qué Adiós ? (2D)

Como comenté anteriormente, “Adiós Sui Generis” llegó a mis manos por casualidad. Esas casualidades típicas del colegio, donde interactuábamos un montón de pibes con gustos, actividades e intereses similares.


El asunto es que ese día no fue igual al resto. Llegué a casa con mi carpeta colegial cumpliendo funciones de contenedor de aquel disco Long Play, de vinilo, con su tapa ya gastada de tanto andar de mano en mano; donde se alcanzaba a ver a los músicos en vivo con raros atuendos.
Como en esos años hacía mi Primer Año en la secundaria en el turno tarde, apenas llegué y saludé a mis viejos, me fui derecho a mi pieza donde ya había conseguido instalar el tocadiscos. Saqué el LP, le pasé un algodón con unas gotas de alcohol para limpiarlo y mejorar en lo posible la reproducción; y me dediqué a escuchar la música de ese grupo que, si bien nuevo para mí, ya no existía, era parte de la historia.
El mensaje era de adolescentes para adolescentes, pero con una altura poética, musical y emocional a la cual no estaba acostumbrado. Y como era de esperar fui sacudido por un shock que abrió mi cabeza para siempre a la música.
Durante ese día y algunos más (hasta que llegó la hora de devolver el disco), los temas de Sui Generis sonaron una y mil veces en mi casa. Aprendí las letras, las canté hasta enronquecer y sentí la alegría y la pasión que trasmite el rock.
Fácil es de suponer que en algún momento mi viejo, cansado de escuchar la repetición interminable de los mismos temas, hizo alguna observación peyorativa sobre lo que escuchaba.

- Dentro de un año, nadie se va a acordar de eso.

El comentario tendía a minimizar el valor de la música que yo escuchaba, comparado al de las grandes obras clásicas a las cuales él no escuchaba, pero que le servían de referencia comparativa.

- No es música clásica, pero van a ser clásicos, acordate.

Mi respuesta no tenía demasiado valor, aunque el tiempo confirmara mi presunción. Solo era una maniobra para respaldar mi elección.
Mil veces volví a cantar esas canciones. Viajes, fogones, juntadas y guitarreadas eran escenario ineludible para ellas. “Cantá una que sepamos todos !” una aclamación clásica que preanunciaba los acordes de “Canción para mi muerte”, “Aprendizaje”, “Confesiones de invierno” o “Cuando ya me empiece a quedar solo”.
Varios años después, tuve la alegría de ver a mi hija y sus primas ya adolescentes, cantar las mismas canciones y pedir las mismas tablaturas para tocarlas en la guitarra. Y cada vez que eso pasó aproveché la oportunidad para hacerle ver a mi viejo que él estaba en un error. Las mismas canciones empezaban a transitar el camino de los clásicos: la transmisión generacional.
Sui Generis fue la apertura de una senda hacia el Rock Nacional que marcó mi preferencia musical hasta hoy.
Después comenzaron a llegar algunos discos de Almendra, de Charly García y la Máquina de Hacer Pájaros, de Invisible, de Aquelarre, etc. que empezaron a delinear con mayor exactitud a que me refiero cuando hablo de Rock Nacional.
Y cada uno de ellos tiene alguna anécdota para compartir.

sábado, 8 de agosto de 2009

No hay lerdo p´al fuego (1D)

Seguro que las Buenas Prácticas sobre seguridad deben decir otra cosa. Seguro que lo último que debe aconsejar es salir corriendo, pero puedo asegurar que fue la estrategia común para todos. Y salimos corriendo, nomás.
El tema es que aunque nosotros no estuviéramos ahí, que no lo viéramos y que pusiéramos la cara más angelical ante nuestros padres, las llamas seguían consumiendo la enramada y seguían creciendo raudamente.
Cuando mi mamá me vio entrar tan rápido y sentarme junto a ellos a mirar televisión sin pasos previos, sospechó que algo pasaba. No era la forma común en que se producía mi regreso a casa.

- Pasó algo ? me preguntó adivinando en mi actitud la ocurrencia de algún tema importante.
- No. La poca imaginación de mi respuesta no hacía más que confirmar las sospechas.
- De donde venís ? profundizaba la averiguación materna.
- De jugar con los chicos. Nada definía la situación.

Mientras, las llamas seguían creciendo allá afuera. Tanto que comenzaron a verse sobre los techos de las casa vecinas.
Yo fui el primero en verlas y no sabía como hacer para que la cosa pasara desapercibida.
En un momento se escucharon algunas voces alteradas en la calle y los fulgores de la fogata empezaron a relumbrar en las cortinas de la cocina de casa.

- Mirá mami ! fue la expresión de sorpresa de mi papá señalando hacia la hoguera.
- Uy ! dije yo tratando de demostrar una sorpresa que era imposible de dramatizar.

El tema es que salieron a ver de qué se trataba y se encontraron con algunos vecinos que ya habían empezado a correr para tratar de apagar el fuego.
Como la pasada al baldío estaba liberada por los trabajos de nivelación del terreno colindante a mi casa, todos pasaban por ahí.
Mi casa tenía una canilla en el pasillo abierto que comunicaba la calle con el patio, pegada a la puerta de calle. Eso hacía que se convirtiera rápidamente en la fuente de agua más cercana para empezar a tirar sobre el fuego.
El operativo fue rápido y exitoso. Las ramas hicieron mucha llama, pero tenían un soporte muy tenue, lo que hizo que duraran poco. Así, con algunos baldazos de agua, se pudo controlar todo velozmente.
Y todo iba bien porque la necesidad de apagar urgente el fuego había corrido a segundo plano la averiguación de cual había sido el origen de aquel pequeño incendio.
Pero como era lógico, una vez apagadas las llamas, las preguntas empezaron a apuntar hacia el principio del fuego y las miradas de inmediato se posaron sobre nosotros.
Después de un par de acusaciones cruzadas y de tratar de responsabilizar a los más grandes, los padres en un movimiento común casi mecánico, nos culparon a todos y cada uno, a su manera, comenzó con la reprimenda.
Yo no sufrí castigo físico, pero recuerdo haber estado un tiempo que se me representa interminable sin poder salir a la calle a jugar. Calle que tampoco representaba una atracción demasiado fuerte, ya que todos estábamos en la misma situación.
Después de pasada la penitencia, volvimos a juntarnos, a retomar nuestros juegos y a reírnos tardes enteras recordando todo el movimiento vecinal de ese día.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Más baldío por acá ...! (1D)

Pero no solo de futbol se hacen los baldíos. Como dije antes, eran varias las actividades que podíamos desarrollar allí, en un espacio donde pocas cosas no eran permitidas. Incluso las prohibidas.
Justo detrás de la medianera de mi casa, que colindaba con el baldío, había una higuera de importantes dimensiones. Descuidada, casi salvaje, tenía una frondosidad vegetativa envidiable. Además su producción de higos y brevas era una de nuestras riquezas.
Debajo de esa higuera, teníamos un escondite dentro de otro. Y ese lugar fue, por ejemplo, el rincón donde probamos el primer cigarrillo varios de nosotros. Así en ronda, una pitada cada uno, tosiendo y riendo.
También en el baldío jugábamos a “Combate” o personificábamos algunas de las series televisivas del momento. Así mismo, se constituía durante las épocas navideñas en lugar de lanzamiento de la peor pirotecnia a la que podíamos acceder con poca plata y pocos años. Pero juro que vi volar tarros cilíndricos de leche en polvo a alturas impresionantes y los vi volver con sus costuras y fondo desfigurados por la potencia de la explosión.
Justamente haciendo “guerritas” de distinto tipo, fue que sucedió uno de los hechos más jodidos, producto de nuestras travesuras.
Mi papá había hecho una “poda violenta” a un olivo que había dentro de mi casa y como era lógico, las ramas fueron a parar al baldío. Así se juntaron una buena cantidad de ramas, frondosas de hojas de dos tipos de verdes y brillantes gracias a su carga resinosa.
El material se presentaba ideal para el armado de un “fuerte” y la cuestión bélica pasó a enfrentar a indios contra vaqueros.
Comenzó la construcción y ayudados por algunos palos que habían sido en alguna oportunidad arcos de futbol, hicimos un intento de estructura simple y fuimos forrando las paredes con las ramas de olivo. Puedo asegurar que quedó una construcción excelente.
Así comenzaron los juegos, el reparto de bandos, la procura de las “armas”, muchas de las cuales tuvimos que fabricar para la ocasión. No esperábamos contar con todos los elementos para jugar. Muchos debíamos fabricarlos, inventarlos o adaptarlos. Era parte del juego y de la diversión.
Los “indios” hicieron sus arcos y sus flechas bastante eficientes y la cosa empezó a ponerse linda, aunque siempre encerrara un grado de riesgo que no era el ideal para niños.
La cosa marchó bien hasta que a uno de los “indios” le pintó la cuestión más violenta y se le ocurrió prender fuego una de las flechas. Confieso que era emocionante la cosa y que el realismo iba ganando al juego y lo convertía en apasionante.

Como es de suponer nadie advirtió sobre lo inflamable que son las hojas de olivo.
En eso, las ramas de las paredes del fuerte, cuyas dimensiones eran generosas, comenzaron a arder. Y antes que pudiéramos arriesgar alguna acción de contención, las llamas se propagaron más de lo que esperábamos y nos empezó a invadir el miedo.
Nadie estaba en peligro y el “fuerte” estaba alejado de otras construcciones, pero las llamas comenzaron a elevarse y nuestra reacción no se hizo esperar: SALÍMOS TODOS CORRIENDO A CASA !
Hay que ver como terminó la cosa …