viernes, 12 de junio de 2009

Es oficial ... Este es mi "Primer Recuerdo". (1D)

Embalado en este juego de recordar, me vino a la mente una pregunta: ¿Cuál es mi primer recuerdo? En un principio busqué y busqué en mi memoria, pero poco encontraba sobre mi primera infancia. Después creo que me resigné y voy a dejar esa preocupación para profesionales de las ciencias psicológicas.
Yo por lo pronto me voy a quedar con la imagen y el recuerdo que considero el más antiguo y a él lo voy a entronizar como mi “primer recuerdo”. El resto lo dejaremos para quién tenga que solucionar el problema, cuando esto se transforme realmente en un problema.
Yo hice el Jardín de Infantes, o el kínder (apócope surgida de la locución germana kindergerden) como le llamábamos entonces, en las Scuola Italiana XXI Aprile, cuando esa dependencia de la Escuela funcionaba en el edificio que posee el establecimiento en la calle Espejo al 600 (entre Chile y 25 de mayo) de la Ciudad de Mendoza.


Recuerdo que en ese entonces, a pesar de trabajar en la Casa de Gobierno, mi mamá era la encargada de llevarme todos los días. Como no teníamos coche, nuestro traslado natural a cualquier lado era por medio del colectivo (ómnibus).
Para llegar a la Escuela, teníamos que cruzar caminando la plaza Independencia, nuestra Plaza Mayor. Por entonces sus pisos estaban recubiertos por unos baldosones de dos tipos diferentes: unos solo de cemento y otros de pequeñas piedras de canto rodado cementadas a una base de igual tamaño que la anterior. Estos baldosones estaban colocados de manera irregular, lo que permitía imaginar distintos caminos, si uno decidía caminar sólo por un tipo de baldosón.
Así, el entretenimiento que día a día me ocupaba cuando me dirigía a la escuela de la mano de mi mamá, era el de tratar de cruzar toda la plaza pisando solo un tipo de baldosón. Era un desafío divertido y siempre cambiante que exigía de atención y saga. Posiblemente esto sea lo que produjo que se marcara tan claramente en mi memoria.
Después solo hice en la Scuola Italiana el Jardín y el primer grado. No sé a partir de cuándo, mi transporte comenzó a ser por medio de un Transporte Escolar, dado que mi madre debía seguir haciéndole frente a su responsabilidad laboral.
Pero a esas imágenes que guardo desde la perspectiva de primera persona, habría que agregarle a un morochito, de impecable guardapolvo cuadrillé, de pantalones cortitos y piernas flacas, de zapatones “GomiCuer” negros lustradísimos y una simpática canastita de mimbre en la mano donde el vaso plástico, la servilleta, la merienda de turno y la jabonera sonaban y se revolvían a cada salto. Así el cuadro sería más completo.
Como decía al principio, puesto a recordar, queda oficialmente designado como “Mi Primer Recuerdo”, mi divertido camino diario al kínder.
Y cual es tu primer recuerdo ? ...

martes, 9 de junio de 2009

406 ... 607 (2D).

- Número de documento … 406.
- Número de sorteo … 607.
Fue terrible, lapidario, demoledor.
Pocos jóvenes de 18 años no abrigaban la esperanza de que el sorteo lo beneficiara con un número tan bajo, que lo salvara de hacer el Servicio Militar Obligatorio. Yo era de los que rogaban por acceder a ese beneficio.


Pero la suerte, una vez más, no fue muy benévola conmigo.
Hace unos días, tuve que darle mi número de documento a una amiga y al repetir las últimas tres cifras, por esos mecanismos inexplicables de la memoria, recordé el momento en que por radio escuché el terrible número. 406 … 607.
Convengamos en establecer, que el contexto de la clase 1964 no era el mejor. La Argentina estaba en guerra con Inglaterra en Malvinas en ese 1982, año en que se realizó el sorteo. Las perspectivas no podían ser peores.
Yo estaba cursando el sexto año en el Liceo y ese día teníamos programado un examen de Enología. Y el sorteo era usualmente transmitido por la Red de Radiodifusoras del Estado.
En esa situación, fui al Colegio munido de una radio a transistores de un tamaño considerable, muy lejano a lo que hoy ha producido la tecnología en ese sentido. Estaba dispuesto a escuchar el sorteo, fuera cual fuera la decisión de mis profesores.
Creo que la desesperación que pudieron ver en mi rostro les produjo cierta compasión y me dejaron seguir con mi ocupación, a pesar del desarrollo normal de la clase.
Tenía anotados los números de documentos de varios compañeros y yo era el vocero oficial de la designación de números del sorteo. Fui el portador de buenas noticias para algunos y malas para otros. Incluso en alguna oportunidad me crucé hasta la otra división de sexto año a notificar a algún compañero.
406 … 607.
Los números que tocaban, determinaban no solo quien hacía o no el Servicio Militar, sino también dentro de que fuerza lo haría. Los rangos, aproximadamente eran: 800/900, Marina; 600/700, Ejército; 400/500 Aeronáutica. Y en ese mismo orden iba aminorando el peso de la desgracia: Marina era la muerte, Aeronáutica un mal menor. Pero por debajo del 400 las posibilidades de salvación crecían enormemente. Ese era el objetivo.
Por cumplir años en el mes de enero, no tuve que pedir prórroga ni hacer ningún trámite. Solo restaba esperar.
La profesora CB me preguntó si iba a rendir el examen, pero ante mi negativa y la consternación que transmitían mis palabras, prefirió no entrar en disputa.
406 … 607.
Como decía Queen, fue un “certero ataque al corazón”.
La tristeza, la desolación, el desconsuelo, la bronca, el odio; son sentimientos que pueden convivir en una persona, en un mismo momento. Lo puedo asegurar desde la experiencia personal.
La mueca fue elocuente, la desazón evidente. La profesora se me acercó y en un gesto que hoy valoro mucho a la distancia, me dijo que no me hiciera problema por el examen, que me lo tomaba en la próxima clase. Ella intentó alivianar el peso que mantuvo por un buen rato mi espalda arqueada y mi mirada clavada en el suelo. Nunca se lo agradecí como debía.
Después las cosas fueron volviendo a la normalidad, pero siempre quedó esa opresión rondando mi cabeza, hasta el fatídico 25 de febrero de 1983, en que me incorporé a la colimba.
El resto es otra historia.