lunes, 1 de junio de 2009

Capitales engrasadas (2D)

En el último viaje que hice en auto a Buenos Aires, pasé varios kilómetros escuchando un viejo disco (ahora en CD) que fue incluido en la selección final de música que nos acompañaría los 2.200 kilómetros que nos esperaban por delante.
El Vol. III de ADIÓS SUI GENERIS me llenó de sonidos, de canciones y de recuerdos. Escuché temas que no tenía identificados como de esa época, el caso de “Bubulina” y “Seminare”, que los tenía más asociados a “García y la máquina de hacer pájaros” y a “Serú Giran”.
Justamente al volver a mi memoria Serú, recordé el hecho de haber sido “La grasa de las capitales” el primer disco en serio que tuve.
Después de un raid que en algún momento comentaré, me hice un seguidor asiduo de la Revista “Pelo”. Esta revista, que había sido editada y dirigida por Ripoll desde 1970, era un material excelente para un adolescente ávido de conocer sobre esa extraña música que había venido a llenar de magia largas horas al lado del tocadiscos.
En el último número de 1979, en la encuesta de “Los mejores del año”, aparecía “La grasa…” como el mejor disco del año de Rock Nacional.


Eso, y la proximidad con la Navidad, hicieron que pensara en el disco como regalo de “Papá Noel” para mí.
Mi mamá al principio se negó a considerar al disco como una alternativa válida de regalo, porque ella prefería disfrazar de regalo las compras que indefectible debería hacer, como ropa, zapatillas, etc. Pero luego, vencida por la insistencia adolescente, accedió a comprarlo.
“La grasa…” incluía temas impresionantes que luego se transformarían en himnos del rock y en temas referenciales de una época. “La grasa de las capitales”, “Viernes 3 A.M.”, “Noche de perros”, “San Francisco y el lobo” y el increíble “Perro andaluz”, son temas que con el tiempo se quedaron instalados como íconos del movimiento rockero nacional.
Esa Navidad fue realmente diferente. Si bien la previa fue similar a la de todos los años (hablamos de menú especial, arreglo esmerado de la mesa, pan dulce, garrapiñadas, etc.) mis expectativas estaban puestas en tener a disposición definitivamente mi disco.
Yo había hecho la compra, en la vieja “Casa Galli” de calle San Martín, pero familiarmente cumplíamos los ritos y había que esperar a las 12 para abrir los regalos.
Después de los brindis entre nosotros tres (mi papá, mi mamá y yo), de salir a saludar a los vecinos del pasaje, de tirar unos cuantos petardos con los amigos del barrio, llegó la hora de escuchar mi disco.
En un par de horas, después que los acordes de “Los sobrevivientes” sonaran por cuarta vez, mis viejos decidieron irse a dormir. Saludos especiales y la pregunta de mi madre:
- ¿Vos te quedás? (clásico de las madres).
Después de eso, me quedé solo, tarde, acompañado por una media botella de sidra sobrante del brindis familiar y una media copa de clericó; escuchando casi en éxtasis la música de esos cuatro monstruos y tratando de seguir las letras de cada canción, que comenzaban a decirme cosas que nunca había escuchado.
Creo que en algún momento me dormí, porque también recuerdo el típico sonido de la púa rebotando contra el último surco interminable del vinilo.
Solo, tranquilo y trasnochado; apagué el tocadiscos, arreglé las últimas cosas que había usado y me fui a dormir.
Esa fue mi primera Navidad “de grande”.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho tu historia, por lo sencilla y cotidiana...por mostrar las verdaderas pequeñas cosas que hacen interesante transitar por la vida. Felicitaciones por el emprendimiento. Qué bueno hubiera sido formar parte de alguna de tus historias para tener el honor de que mis iniciales aparecieran por ahí. Aunque no sea así, me da mucho gusto descubrir con gran sorpresa, que en aquel compañero del cole con quien compartí muchas horas de clase, pero pocas otras cosas, vive el alma de un artista. Con afecto. Elena

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