viernes, 25 de febrero de 2011

A las figu ...

Me podían las figuritas. No quiero usar ningún artilugio lingüístico para que se entienda. ME PODÍAN LAS FIGURITAS !!!

Millones de ellas pasaron por mis manos, cientos me desvelaron, algunas me pusieron alegre al extremo, con otras me enojé hasta la furia.

Las figuritas conformaban un interminable mundo mágico que podía caber en el bolsillo. Era la manera de compartir la ilusión, la sorpresa, el asombro, el conocimiento y la destreza. Era una forma ideal de comunicación entre niños de similares edades.

Y como mis padres, al igual que todos los padres, conocían de memoria los engaños comerciales que escondían, estaban en contra de su colección. Posiblemente eso lo hacía más interesante.

El tema es que cuando empezaba alguna colección, mi corazón comenzaba a latir más rápido de la ansiedad y ya quería saber de qué se trataba.

Muchas colecciones orientadas a los chicos estaban ligadas al fútbol, mientras que las chicas juntaban algunas con brillitos, alegres colores y delicados personajes.

En nuestro caso, si bien muchas veces hacían alusión a personajes de historietas o héroes de series televisivas, tenían alto impacto las relacionadas al futbol.

En esas épocas en las que los jugadores de futbol se establecían por más tiempo en algún equipo, era tentador tener sus caras estampadas sobre distintos soportes. Algunas veces eran de cartón o cartulina, otras de chapa, otras veces autoadhesivas, en la mayoría redondas o rectangulares.

Fueran como fueran, constituían para mí un objeto de deseo.

Muchas veces accedía a ellas por el camino tradicional: la compra en el kiosco. En otros casos cambiándolas con amigos y muchas veces en el duro proceso de JUGAR A LAS FIGU.

Tengo varias anécdotas que compartiré más adelante sobre la compra y canje de figuritas. Pero sin dudas jugar a las figuritas constituía toda una actividad social en sí mismo.

Por un lado había que tener un stock mínimo que permitiera hacer frente a los vaivenes de la surte y la destreza. Empezar a jugar con pocas y perder rápido sin la posibilidad de revancha, era suicida. No solo te quedabas rápido mirando desde afuera, sino que además eras blanco de las chanzas de todo el grupo.

Con la cantidad suficiente había que tener acceso a más chicos en las mismas condiciones. Sin adversarios no había juego.

Esto no era demasiado complejo y en cualquier ámbito conseguías contrincantes. En la escuela, en el barrio, en la parroquia, en la plaza … siempre había alguno que portaba sus figuritas para entrelazarse en alguna contienda.

Después de eso había que elegir en qué modalidad de destreza se pretendía competir, dando obviamente, cada uno la preferencia a las que permitían demostrar las mejores habilidades.

No eran pocas las posibilidades y según donde se jugara había más o menos opciones. Siempre había que contar con un espacio cercano a una pared que tuvieran un par de metros libres de obstáculos, un piso liso y duro (mejor embaldosado) y espacio para poder alejarse de la pared no menos de 2 a 3 metros.

Pero como hay más para comentar, lo vamos a dejar para la semana que viene …

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